A
finales del siglo de Oro, es decir, el siglo XVII, teníamos como rey a Carlos
II, llamado el “Hechizado” (lo de llamarlo el bobo o el lelo hubiera
sido muy irreverente, pero habría sido más descriptiva), que a la postre fue el
último rey de la dinastía de los Austrias, la cual se caracterizó por su
endogamia (lo que viene a ser casarse entre tíos y sobrinas, primos hermanos…),
así la madre del hechizado era a su vez sobrina de su padre y prima de su propio
hijo, y su padre era también su tío…¡vaya lío! Y ya se sabe… entre tanto primo
hermano…salió la criaturita como salió…
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Carlos II, por Juan Carreño de Miranda (1885) |
Su
padre, Felipe IV, parece ser que fue una bragueta “inquieta”, de tal manera que
algunos historiadores le atribuyen más de 50 vástagos, la mayoría claro, hijos
bastardos o ilegítimos y, de todos, el único heredero legítimo que le quedó
vivo fue la piltrafa de Carlos II… “manda huevos” como diría aquel "brillante" presidente del Congreso.
Nada
más nacer, se vio que el principito era endeble y debilucho, aunque la versión
oficial de la prensa de la época, la “Gaceta” de Madrid, lo describiera
como un “un robusto varón, de hermosísimas facciones, cabeza proporcionada,
pelo negro y algo abultado de carnes”, ya veis, los medios de comunicación
al servicio del poder no es algo nuevo, existen desde que se originaron. Más
realista fue la descripción que el embajador francés mandó a Luis
XIV, el “Rey Sol” (muy atento a lo que sucedía en España por si podía
“trincar”): "El Príncipe parece bastante débil; muestra signos de
degeneración; tiene flemones en las mejillas, la cabeza llena de costras y el
cuello le supura, … es bastante feo". ¡Resumiendo, …! un cromo!
Aunque
en la Corte pusieron todos los medios en sacar adelante al heredero, así lo amamantaron
14 nodrizas hasta los cuatro años (que digo yo que se podría haber llamado el
Rey “mamón”), no había manera… el chiquillo no pudo mantenerse en pie hasta los
6 años (después iré con las enfermedades, pero parece ser que también era cabezón,
y como se le fuera el peso a un lado, imagínense…), tenía dificultades para
hablar y, a la hora de aprender, era “lentillo”, y no iba al ritmo adecuado
para un monarca… la tabla del 2 y poco más… Además, padeció todas las
enfermedades posibles y por haber: sarampión, varicela, viruela, rubeola, erupciones
en la piel, diarreas continuas, vómitos constantes, multitud de catarros, ataques epilépticos e
hidrocefalia (esa es la de la cabeza grande) …ah…algo muy importante… un solo
testículo, que encima estaba vano, vacío o atrofiado, como prefiráis… Ya
volveré al testículo…
Pues
este personaje fue el que les tocó como rey a los españoles que despedían el
siglo XVII. Era lo que tenía ser el hijo legítimo del rey anterior, que ya
puedes ser tonto, loco, malvado, retrasado, … que por derecho divino heredas la
corona y el poder absoluto. Así que en 1665 era coronado como Rey de las
Españas y, digo bien, porque España era un vasto imperio que poseía territorios
más allá de la Península, en Europa (Flandes y territorios italianos), la mayor
parte de América, territorios en Asia (Filipinas y algunas islas) y África.
Como decía el tatarabuelo de Carlitos, Felipe II, un imperio donde no se ponía
el sol. Y claro, este enorme imperio era una golosina en la puerta de un
colegio, por lo que las grandes potencias de la época, sobre todo, Francia y
Austria, mandaron sus espías, perdón, a sus embajadores a la Corte para ver si
el nuevo rey duraba mucho o no y, en caso de escasa “durabilidad”, como se
preveía, influenciar para poder colocar a un candidato afín a los intereses de
cada uno y así poder pillar un trozo del inmenso pastel que era España en
aquellos tiempos, muy grande, aunque decadente.
Y
llegó el momento de que el enclenque de Carlos II cumpliera con su obligación
más trascendental, la de dar un retoño que heredara la Corona, así que, con 18
añitos recién cumplidos, lo casaron con la francesa María Luísa de Orleans y,
con ese objetivo prioritario, se pusieron manos a la tarea, pero como no podría
ser de otra forma, imposible, que no había manera. Como en aquella época se
desconocía lo del monotestículo atrofiado del rey y era impensable que un rey
de España fuera estéril, la culpa de la falta de descendencia era de la
francesita. Incluso por Madrid circulaban canciones “cariñosas” hacia la reina:
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Mª Luisa de Orleans |
“Parid,
bella flor de lis,
en
aflicción tan extraña,
sí
parís, parís a España,
si
no parís, a París”.
Ante
tales rumores, la reina filtró por la Corte que el rey era lento al andar y al
entender, pero era Usain Bolt a la hora de eyacular, es decir, a la amplia
lista de padecimientos, habría que sumar el de eyaculación precoz…era ver una
teta a la reina y ya está… así que los bichitos se derramaban más en las
sábanas y en los calzoncillos que en lugar esperado por todos los españoles.
Y
es aquí donde entran en juego los calzoncillos que protagonizan el artículo.
Como ya he dicho, las grandes potencias de la época tenían mucho interés en
saber si Carlos II podía tener heredero o no, para poder influenciar en la
futura cuestión sucesoria. Se intuía que no, así que hubo un embajador francés,
el conde de Rebenac, que quiso cerciorarse “científicamente” de que el rey era
estéril o no, por lo que sobornó a una lavandera de palacio real para que
robara unos calzoncillos del rey, sin lavar claro está, y se los entregó a dos
médicos para que analizaran el semen impregnado en dichos calzoncillos (ya he
dicho que el rey era Billy el niño a la hora de “disparar”). Así que me imagino
a los dos galernos galos inspeccionando la muda, buscando efluvios reales,
oliéndolos e, incluso, si fuere necesario. lametazo al canto, para determinar
dos cosas opuestas: un médico afirmó que era estéril y el otro que no. Vaya
contradicción se llevaría al embajador de la ciencia de la época. En estas
estamos cuando en 1689 muere la reina María Luísa de forma inesperada (hay
quienes cuentan que falleció por una peritonitis provocada por los “salvajes”
brebajes que le hacían tomarse para incentivar su fertilidad, porque ya dijimos
que se tenía claro que la estéril era ella).
Inmediatamente
se pusieron a buscar una nueva reina, claro está que tuviera “pedigrí” de
fertilidad, y la encontraron en Alemania. La “afortunada” era Mariana de
Neoburgo, cuya familia tenía certificado de calidad en cuanto a fertilidad (su
madre había tenido 23 hijos y sus hermanas parían como “conejas”), pero claro,
no había manera, nada, los años pasaban, el rey más debilucho y España sin heredero y los “buitres” rondando.
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Mariana de Neoburgo |
Es
ahora cuando aparece otra historia rocambolesca. Como estaba claro que el rey no podía ser
estéril, se empezó a difundir la idea de que el rey estaba hechizado (ya sabéis
ahora de donde viene el apodo), que había sido abducido por el propio diablo. Por
esas que llegó a Madrid la noticia de un fraile asturiano que tenía probada
fama de hablar con Satanás, tras exorcizar a unas mojas poseídas por este. Así
que se trajeron al fraile y, claro está, este cercioró que el demonio era el
culpable del encantamiento del rey, y que su mala salud se debía a un hechizo,
así que desde entonces el débil monarca fue sometido a varios exorcismos,
además de regarlo todo los días con agua bendita, a tomar en ayunas cucharas
soperas de aceite “bendito”, a purgas con polvos de hueso de santo triturados,
a meterle en la cama a reliquias, es decir, esqueletos o momias, de santos
mártires, incluso le colocaban aves recién sacrificadas sobre la cabeza, entrañas
de cordero sobre el abdomen, … Incluso, aprovechando que los restos de sus
antepasados estaban siendo trasladados al nuevo panteón de El Escorial, se
destaparon sus ataúdes y se celebró una ceremonia en la que los cadáveres de
todos los Austrias, es decir, Carlos II, Felipe II, Felipe III y su padre, Felipe
IV, y varias reinas, incluida su primera mujer, María Luisa, fueron siendo
exhibidos ante el enfermo. Sería tal el poder, que sería imposible no “deshechizarlo”.
Evidentemente, nuestro rey no se volvió fértil de la noche a la mañana, es más,
la criatura no se recuperó jamás de la impresión que le produjo tan espantosa
visión.
Así
que el 1 de noviembre de 1700, el pobre Carlos II no pudo aguantar más y se
despidió del mundo con apenas 38 años y un “marrón” gordo para España. Aunque
no era costumbre, le practicaron una autopsia, en la cual, el forense comprobó,
tras abrirlo en canal, que en su interior “no había una sola gota de sangre…el
corazón era del tamaño de un grano de pimienta… los pulmones estaban corroídos y,
los intestinos, putrefactos y gangrenados…tenía un solo testículo negro como el
carbón…”. Resumiendo, una verdadera piltrafa humana.
Nada
más morir, los “buitres”, es decir, Francia y Austria, propusieron a su propio candidato,
que si Felipe de Borbón, conde de Anjou, o el Archiduque Carlos de Austria. Y el resto de potencias atentas...
Tras multitud de cambios, según el último testamento el heredero de todo era
Felipe de Anjou. Claro está que Austria, a quien se le unió Inglaterra,
Portugal, las Provincias Unidas (Holanda), Portugal, etc., no aceptaron tal
designio. Y en España, Castilla apostó mayoritariamente por el francés y la
Corona de Aragón por el austriaco.
Consecuencia de todo aquel lío... se inició una trascendental
guerra civil e internacional, la Guerra de Sucesión española, que traerá la
llegada de los Borbones a la Corona de España y otras “cosillas” que ya iré contando...
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