Si la respuesta se basa en el pene de Fernando VII, el rey felón, es claramente que si, puesto que nunca antes, el devenir histórico de España estuvo pendiente de un hilo, mejor dicho, de un pene...mejor dicho, de un "penazo" o "penón", disculpadme de antemano los lectores sensibles, palabras, por otro lado, que no existen y, por tanto, ni siquiera recoge la RAE, lo que puede denotar la tendencia española al genital diminuto.
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Fernando VII y cetro |
Pues resulta que el mastuerzo de Fernando VII, tenía un "pequeño" problema (el adjetivo pequeño se refiere a la gravedad del problema, no al tamaño) entre pierna y pierna, parece ser que tenía una "pequeña" deformidad, conocida como "macrosomía genital". Si extendemos cualquiera de nuestro brazos y cerramos el puño podemos llegar a comprender la magnitud de tal "problema". Lo explicó muy bien el escritor francés Prosper Merimeé:“Fino como una barra de lacre en la base, y tan gordo como el puño en su extremidad; además, tan largo como un taco de billar”. Con tanto "resto" monárquico embalsamado, de algún que otro militar, y más de alguna reliquia de santo de origen genital, pues resulta que no hay constancia que el "miembro" más importante de los Borbones haya pasado incólume a nuestros días. Una lástima!
El problema se agrandó...mejor dicho, se intensificó al incidir seriamente en la labor más importante y primordial de todo monarca, es decir, en la tarea de procrear.
Casado hasta cuatro veces, podría ser que algunas de sus esposas pudiera haber fallecido por los daños internos causados por tan considerable "cetro" real, o por el terror provocado por tan gigantesca visión, como cuentan que le pasó a su tercera esposa, la princesa alemana María Josefa Amalia de Sajonia, que huyó despavorida en la noche de bodas y sufrió pesadillas durante los diez años de matrimonio ante aquella terrorífica primera visión.
Así, tras con algún que otro aborto y algún fallecimiento prematuro, seguía sin haber descendencia que heredara tan vastos territorios y tan enorme responsabilidad, por lo que Fernando VII se casó por cuarta vez, con su sobrina María Cristina de Borbón y Dos Sicilias, en 1829, contando el mastuerzo con 45 años, y con serios problemas de salud, añadidos al conocido del miembro real.
En estas estamos, cuando una mente brillante (lástima que no existiera premios Nobel por aquella época), creo una especie de almohada-cojín con un orificio en el centro, que sirviera de "tope" o tapón en el acto conyugal.
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Por aquel entonces, existía una ley en España que impedía a las mujeres reinar, la llamada "Ley Sálica", por lo que a pesar de haber costado décadas y 4 reinas tener descendencia, se planteaba otro grave problema. ¿Quién debía ser el heredero/a?
El hermano de Fernando, Carlos María Isidro, era según la Ley Sálica, el legítimo heredero, por lo que Fernando VII, como padre orgulloso de su tan ansiado retoño, aprobó una ley que derogaba dicha Ley Sálica, vaya lío, ¿no? "La Pragmática Sanción", a partir de la cual, la infanta Isabel podría reinar. Pasa además, que por aquellos años, la España bipolar que tanto se manifiesta en la Historia de nuestro país, entiéndase la Guerra Civil o Madrid-Barca, estaba dividida entre absolutistas y liberales, lo que había costado más de un golpe de Estado (en el siglo XIX lo llamaban pronunciamientos) y más de una crisis política-económica a los pobres españoles, siempre pagadores de los litigios de sus gobernantes. Así, que la temprana muerte de Fernando VIII en 1833 va a traer una guerra civil entre los partidarios de Isabel y los partidarios de su tío Carlos, a los que se van unir liberales y absolutistas respectivamente, es la conocida Primera Guerra Carlista, pero eso es ya otra historia...
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