Nunca una oreja ha resultado ser tan importante en
la política internacional como el pabellón auditivo cercenado por un español a
un hijo de la Gran… Bretaña, con el resultado de un conflicto bélico entre
nuestro orgulloso país y la “pérfida Albión” (entiéndase Reino Unido), nombre
que parece ser se lo puso Napoleón por el enorme cariño que tenía a los vecinos
de más allá del Canal de la Mancha.
Como se sabe, los “British”, además de birlarnos
Gibraltar y Menorca (la isla por lo menos conseguimos recuperarla, pero el
Peñón y sus monos, ha sido imposible), tras una guerra civil (una de tantas que
hemos tenido, ya que para matarnos entre nosotros mismos hemos sido los mejores…
menos mal que ya hemos aprendido…), que hubo a principios del siglo XVIII, la
llamada Guerra de Sucesión española, se quedaron también gracias al famoso
Tratado de Utrecht, con el negocio más lucrativo del siglo XVIII, el “asiento
de negros”, lo que viene siendo el tráfico de esclavos desde África a América.
Eran otros tiempos, y los pobres africanos los tratábamos como puras
mercancías, no como ahora, que nuestra humanidad occidental nos precede.
Los ingleses, además de “cazar” negros en África y
llevarlos para que fueran explotados y vejados en las plantaciones americanas,
aprovechaban el viaje y también “trapicheaban” con las colonias españolas de
las Indias (así se llamó siempre en España a América y sólo a mediados del
siglo XIX empezó a generalizarse el término actual). Un imperio como el británico
no se construye siendo benevolente con el prójimo.
En esas estamos, cuando hacia 1732, un barco inglés
fue apresado en América, perdón, en las Indias, por un barco guardacostas
español, la “Isabela”, cuyo capitán, Juan León Fandiño, no se quedó satisfecho
con confiscar el navío y la carga al inglés, parece ser que le cortó una oreja
a su capitán, Robert Jenkins (hay historiadores que discrepan de la certeza de
este incidente, y si pudo haber sido en una reyerta de taberna caribeña, ya que
al capitán inglés, sorpresa, sorpresa!...le gustaba bastante empinar el codo). Además,
el marino español no contento con tal afrenta, se dirigió a la oreja cercenada
(me imagino el tono sarcástico y burlón) diciéndole: “Ve y dile a tu rey que
lo mismo le haré si a lo mismo se atreve”.
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Robert Jenkins enseñando su oreja al Primer Ministro |
Parece ser que el contrabandista apreciaba tanto su
oreja, que la conservó, supuestamente, en un tarro (si era en almíbar u otro
líquido no ha trascendido), y años más tarde, la mostró ante la Cámara de los
Comunes como la prueba de la crueldad de los españoles. Me imagino que algún
político inglés de la época tenía ganas de jaleo y encontró en la oreja la
excusa perfecta, y toda apunta a el propio primer ministro, Robert Walpole. Lo
cierto es que el primer ministro se vio obligado a declarar la guerra a España,
la cual ha pasado a la historia como la Guerra de la Oreja de Jenkins o del
Asiento.
Como en todo conflicto bélico, aunque las banderas
y cruces o medias lunas vayan por delante. siempre hay unas razones económicas
y, en este, eran las primordiales, pese a la anécdota orejil.
Ya se ha dicho que en Utrecht al Reino Unido se le
concedió el “asiento de negros” (ya veis de donde deriva el otro nombre del
conflicto), además de otros beneficios comerciales, como el “navío de permiso”,
por el cual, a los ingleses se les permitía, una vez al año, enviar a la
América española un navío para contrabandear, perdón, para comerciar libremente
en dicho territorio hispánico. Ese “permiso”, se convirtió en un negocio muy
lucrativo, sobre todo, para la compañía inglesa que lo llevaba a cabo, la
Compañía de los Mares del Sur (una de las compañías privilegiadas que creó el
Reino Unido para comerciar en su vasto imperio que se estaba gestando por
entonces), ya que, entre permiso y permiso, colaban productos ingleses de
contrabando. Decir que en Utrecht ese navío de permiso tenía una vigencia de 30
años, por lo que temiendo que lo españoles no prorrogaran dicho permiso, los
ingleses buscaban desesperadamente una excusa para doblegar a los rudos españoles
y romper el monopolio comercial con América (eso de buscar y crear excusas para
entrar en una guerra no lo inventó EE.UU. con el Maine, es más antiguo que las
chanclas de Ramsés II). Y, por si fuera poco, los españoles respondieron ante
ese “pirateo” inglés, dando el visto bueno a la creación de buques “guardacostas”,
con la autorización de confiscar cualquier mercancía de contrabando en
territorio español de las Indias. Eso a los descendientes de Enrique VII no les
hizo mucha gracia, como si les negaran otro divorcio al Tudor, por lo que la
cercenada oreja, se convirtió en ese motivo ansiadamente buscado para declarar
la guerra a España, de tal manera, que en 1739, con el objetivo principal y
cristalino de liquidar el monopolio comercial español (en esa época las
colonias solo podían comerciar con sus metrópolis, es decir, con el país
colonizador, por los que los “British” no podían vender sus “fish and chisps”
en la Habana o Buenos Aires). Con ese objetivo, la Royal Navy (lo que
viene siendo la Armada Real británica) envió una escuadra a las Indias
españolas, según cuentan, la más grande que nunca había cruzado el Atlántico,
dedicándose principalmente a hostigar, es decir, a dar por saco, a los puertos
españoles del Caribe. En una de esas campañas de hostigamiento, el almirante
inglés que comandaba la flota británica, que ya hemos dicho que era un flotón, intentó
atacar el puerto de Cartagena de Indias, en la actual Colombia, pero mira por
donde, el inglés se encontró allí con el ingenio militar del marino guipuzcoano
Blas de Lezo (personaje no suficientemente reconocido en España, aunque hoy dé
nombre a una fragata) teniente general de la Armada española, que tuerto y con
“pata” de palo incluida, llevó a cabo una magistral estrategia defensiva que
hizo fracasar a la flota británica, al “flotón”. ¡Buena revancha por lo de la Invencible!
La guerra continuó, siendo muy costosa e
improductiva para ambos bandos, así que cansados de tanto guerrear, por el
momento claro, se firmó el Tratado de Aquisgrán en 1748, por el que,
prácticamente, las tierras conquistadas por el “flotón” retomaron a manos
hispanas, lo que viene siendo “ni pa’ ti ni pa’ mí, lo dejamos como
comenzamos”, para ello queda mejor utilizar el término latino, es decir, se volvió
al statu quo previo… pero ganamos a los puntos…es decir… ¡Victoria de
España! (aunque sea por la mínima, así hemos ganado un mundial y no nos veremos
en muchas de esas, después vendría Trafalgar). La de Cartagena de Indias está
considerada la mayor derrota en la historia de la Armada británica, la
mencionada “Royal Navy”.
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